dimarts, 10 de novembre del 2009

Nada sobre la razón

La razón no podía entender nada de lo que sucedía aquella fría tarde de noviembre. Era una sensación muy rara, la razón que siempre lo sabía y entendía todo estaba totalmente desconcertada, incluso se golpeaba la cabeza contra la pared de la desesperación.

Y es que la razón siempre había dicho que no, que no estaban hechos para estar juntos, que eran demasiado distintos, que la cosa no funcionaría, que la olvidara, que pasara página y empezase otro libro.
Aquel beso, en aquel banco del parque, en aquella pueblo tranquilo, en aquel país, en aquel mundo y en aquel universo sin fin. No había teoría que explicara aquella situación el planeta dejó de girar alrededor del sol, todo sé paro. Y entonces el movimiento empezó justo debajo de aquellos pies, unos delante de los otros. El mundo dejó de ser lo que era antes, no existía nada y existía todo a la vez.
La razón ya desquiciada decidió dar un paso al frente y cayó al abismo de luz que se abría ante ella., aquella luz clara y tan cálida. Aquella luz tan clara y cálida que convirtió aquella tarde de noviembre en una calurosa tarde de junio, juntos en un campo verde y sin nadie más.
Las palabras desaparecieron porque perdieron el significado, pues nuestras miradas lo decían todo sin decir nada.

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